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Puede entenderse el cansancio de muchos individuos ante la complejidad y dinámica de cambios cotidianos en el universo social. Pero no es el mundo exterior lo que agota, sino el lastre que tienen en su interior. Y de ese lastre el peor de todos es el miedo. Miedo a la inseguridad, a la falta de control desde su reducida individualidad, a la velocidad de lo cambiante, a las palabras. Miedo, sobre todo, a pensar dinámica e incesantemente.