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Desenmascarar el ruido, es decir las filosofías huecas, los principios comúnmente admitidos, los dogmas y demás secuelas de las doctrinas religiosas, la hojarasca laica, la costumbre y la tradición tan sacramentadas que bloquean cuando no impiden el fluir del silencio. Pero, sobre todo, desenmascarar la publicidad arrasadora y extensiva de nuestros días.