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No siempre hay una relación de causa a efecto entre lectura y escritura. Los vasos comunicantes a veces no funcionan. Acaso porque el flujo que circula no es homogéneo. O porque el recipiente hombre no es el adecuado. Creemos leer para tener algo más de mundo, pero apenas sabemos para qué escribimos. Algo está claro. Si las dos funciones resultan fundamentalmente naturales ya es bastante. Consideremos ambas como una proyección fisiológica de nosotros mismos que, aunque no nos la expliquemos, debe funcionar para una cierta suerte de mantenimiento y, sobre todo, de supervivencia.