5.


Las circunstancias del emborronamiento al escribir caligrafía siempre fueron un secreto de cada aprendiz de escribiente. El temple, la forma de situarse sobre el pupitre, el sentirse observado, la concentración que se debatía entre el cuidado por los trazos y la disposición de no perder la linealidad, eran elementos que condicionaban la escritura incipiente. El borrón no era ajeno, sino parte del riesgo. Hemos aprendido con chapones y rompiendo hojas de cuaderno. Conclusión: el error, el fallo o el desliz, elíjase la modalidad, nos obligaba a superarnos. Si unos lo conseguían y otros no era parte de las propiedades del individuo, entre ellas la concepción espacial de cada cual. La riña o el castigo inmediato no solucionaban. La observación prudente del profesor o el padre aliviaban y, consecuentemente, nos permitían la corrección positiva. Pero, ¿cuántos de nosotros fuimos comprendidos y estimulados?